martes, 20 de mayo de 2008

Spinoza y los tres órdenes de la subversión total

Fabián Allegro




¡Maldito sea de día y maldito seas de noche!. Maldito sea cuando duerme y maldito sea al levantarse!. ¡Maldito sea al salir de su casa y también al entrar en ella!. ¡Que el señor no le conceda jamás el perdón! ¡Que el señor descargue de ahora en adelante toda la ira en este hombre! ¡Que le colme todas las maldiciones que están escritas en el libro de la Ley! El señor aniquilara su nombre bajo el firmamento y lo apartará para su propio perjuicio.

Condena de Baruch de Spinoza por parte de la Sinagoga de Ámsterdam.

Llama la atención la aproximación peligrosa que postula Klossowski entre Sade y Spinoza. Klossowski se refiere a Spinoza en virtud de cierta concepción que hace de la naturaleza spinozista, una naturaleza destructiva de sus propias obras, donde la trasgresión no se orienta hacia si misma en un goce determinado, sino que la acción de la naturaleza aspira a recuperar su potencia mas activa aun en su propia acción destructiva.
Quien quisiera hacer un estudio sobre Spinoza, no dispondría de fuentes verídicas, porque o bien no son fidedignas o bien contienen muy poca información. Sin embargo, así como afirma Deleuze, es un hecho curioso que un filósofo acabe con un proceso, pero más extraño es que empiece con una excomunión y un intento de asesinato. El estudiante preferido de la Escuela de rabinos de Ámsterdam había descubierto una serie de contradicciones en sus estudios que resultaban a todas luces intolerables para los representantes de la fe judía. Es sabido que Spinoza, no sólo fue expulsado de la Sinagoga de Ámsterdam acusándolo de epicureismo, sino que también fue excomulgado aplicándole el llamado: Schammantha. Su obra fue silenciada durante dos siglos.
Es probable que el mercantilismo holandés del siglo XVII al experimentar una tendencia hacia un porvenir de antagonismos, lo haya salvado de la hoguera a diferencia de otros innovadores revolucionarios que tuvieron ese destino.
Pero aun cuando se infiere el motivo de su exclusión, algo lleva a Spinoza a abandonar todo: su herencia, su reputación, su éxito social. Despliega un incondicional hermetismo en un extraño ostracismo, se puede decir, casi en una práctica de absoluto ascetismo.
Se podría comenzar a estudiar su obra por el punto culminante de la misma. Spinoza escribe una obra, en la que se despliega con un perfecto método, una lógica, una geometría, recorrido de concepto, un sistema, una ontología. Llama Ética a esa obra y en la misma, Dios aparece desde la primera hasta la última página.
El primer interrogante con el que uno se enfrenta es: ¿Cómo alguien que nombra a Dios en todo momento puede ser acusado de ateismo? ¿A que se refiere con Dios? Un ser absolutamente infinito cuya esencia envuelve su existencia, Deus sive natura, pero también Deus sive causa, o más enigmáticamente un Dios que (en...la Naturaleza) no obra con un fin; ese ser eterno e infinito que se llama Dios , obra con la misma necesidad que existe, y la misma necesidad de la Naturaleza porque existe es, según lo que hemos dicho, por la que obra. Por lo tanto la razón o causa de que Dios (o la Naturaleza) exista y obre es una y siempre la misma. No existiendo fin alguno, no obra tampoco con ningún fin ( Ética., Prefacio, Parte 4)
Dispuesto a cuestionar todo, comienza por desbaratar lo ya erigido, el artificio de dominio de la religión comienza a ser cuestionado. Así dirá: "Quien ama a Dios no puede esforzarse a que Dios lo ame a él”. Se desvanece, entonces, la esperanza cifrada por el vulgo en una trascendencia de su acción. Pero su actitud frente al vulgo no es peyorativa: el vulgo, no es la multitud y su implicancia política, el vulgo no hace tanto al individuo sino al efecto que recae en las afecciones propias de los efectos de identificación a la masa. De allí también que la misma critica provocativa, la dirija en relación a la moral que se funda en un principio rector que se anuda a un fin universal.
Pero si algo inquieta en la Ética de Spinoza, es que no se encuentra esta secuencia. Por la misma razón de que desde la pura inmanencia no se concluye una causa final, la práctica no debe tampoco concluir en ninguna esperanza trascendente. Esto puede llamarse fatalismo pero también afirmación.
Pero habiendo señalado esta primera subversión de la moral tradicional, las consecuencias no dejan de revelarse. La caída del precepto rector del miedo y la esperanza constituyen un poderoso ataque no solo frente a los gobiernos del absolutismo monárquico sino a la doctrina misma de la religión.

Una segunda subversión se constituye bajo la doctrina del paralelismo entre el alma y el cuerpo. El alma no opera con una suerte de privilegio sobre el cuerpo, como lo sostendría la doctrina de la religión y aún el cartesianismo. El alma no asume ningún privilegio sobre el cuerpo, sin que por eso se deba constituir una relación de dominio inverso. La prevención no consiste en vedar toda primacía de uno sobre el otro, sino también en negar cualquier relación de causalidad real entre el espíritu y el cuerpo. En la Ética se lee: ...el alma y el cuerpo, son un solo y mismo individuo que se concibe tan pronto bajo el atributo del pensamiento como bajo de la extensión (Ética. Esc. Prop. XXI Part.2).
Así se dirige a los filósofos para alertarlos y al mismo tiempo desnudar la deuda cartesiana con la escolástica: -¡No sabemos qué puede un cuerpo!
Las partes del cuerpo se afectan mutuamente en relaciones de composición y de descomposición de acuerdo a leyes del movimiento y del reposo. Pero sabemos, también nos dice Spinoza, que la conciencia siempre es engañosa porque no nos permite conocer más que los efectos de lo que subyace a nivel de las causas y sus afecciones.

Una tercera subversión en relación a la moral -lo cual significa una rectificación en relación a la misma- consiste en subordinar la Ética a la economía de las afecciones. Cada cosa en cuanto a que es en si, se esfuerza en perseverar en su ser (Conatus). Este es uno de los postulados de la Ética. En virtud del paralelismo, esto es así tanto para los modos existentes de la extensión, como para el registro de las ideas del pensamiento. Spinoza dice que para el hombre, uno de los nombres de este esfuerzo es el deseo cosa que por otro lado acentúa la particularidad del deseo como la esencia de cada hombre. En esto radica su potencia. Por lo tanto la esencia del hombre es el deseo. Lacan señala la importancia de la Ética de Spinoza al poner en el centro de la misma la cuestión del Deseo sin que esto deba ser leído freudianamente.
El deseo, para Spinoza es el apetito del cuerpo (y la voluntad del alma) con conciencia. Pero la conciencia en tanto engañosa, nada aporta al concepto del deseo, por lo cual no es rectora de ninguna valoración en relación al mismo. Así, un matiz inquietante se vislumbra en el obra de Spinoza, la misma sospecha que inunda al racionalismo en su totalidad aquella según el mal sería una nada.
El interrogante no habrá de surgir desde ningún filósofo, sino de un comerciante de granos aficionado a la filosofía llamado Blyenbergh. La pregunta, en sentido amplia, está dirigida a los cartesianos en general y estaría enunciada de la siguioente manera: -¿Cómo Dios puede ser causa de las voluntades malas -como por ejemplo la voluntad de Adán de comer el fruto prohibido- y en todo caso cual ser el estatuto del mal?
Las respuestas de Spinoza no se hace esperar pero lejos de apaciguarlo, lo intranquilizan. La voluntad de Adán de comer el fruto prohibido considerada solo en si, “se refiere a tanta perfección cuanta realidad expresa”, dice Spinoza. En si y no comparada con otras cosas más perfectas no se podría “descubrir ninguna imperfección”.
Spinoza concluye: Por tanto, dado que la voluntad o la decisión de Adán, considerada en si, no era mala, ni, para hablar con propiedad, contraria a la voluntad de Dios, se sigue que Dios puede, antes bien, debe ser, por la razón que Ud. observa, su causa; pero no en cuanto fue mala, pues el mal que había en ello no lleva más que la privación de un estado que Adán debía perder a causa de esa acción. Y cierto es que la privación no es algo positivo y se llama así con respecto a nuestro entendimiento, pero no con respecto al de Dios.
Que Adán haya comido del fruto prohibido no implica que Adán haya desobedecido, ya que no debe creerse que Dios haya prohibido algo; sólo le ha revelado que ese fruto era capaz de descomponer las relaciones de su cuerpo: «Es así que sabemos por luz na­tural, que un veneno da la muerte».
Una acción no es de por sí buena o mala, sino en el orden de las relaciones en relación a la economía de las potencia de actuar o pensar. Por lo cual no se puede decir que una composición de relaciones cualquiera sea un mal: toda composición de relaciones es buena, desde el punto de vista de las relaciones que se componen.
Cuando un veneno descompone un cuerpo en razón de las leyes naturales, determina que las partes de mi cuerpo, al contacto con el veneno, compongan otra relación con otro cuerpo, la del cuerpo tóxico para componer otra relación. Nada es un mal aquí desde el punto de vista de la Naturaleza.
Dice en una carta a Blyenbergh: Afirmo, pues, en primer lugar, que Dios es absoluta y real­mente causa de todo lo que tiene esencia, sea ello lo que sea. Ahora bien, si usted pudiera demostrarme que el mal, el error, los crímenes, etcétera, son algo que expresa esencia, yo le admitiría enteramente que Dios es la causa de los crímenes, del mal, del error, etcétera. Me parece que he demostrado suficientemente que lo que constituye la forma del mal, del error, del crimen, no consiste en algo que expresa esencia; y que, por tanto, no se puede decir que Dios sea su causa. El matricidio de Nerón, por ejemplo....En efecto, Orestes hizo la misma acción externa y tuvo la misma intención de asesinar a su madre y, sin embargo, no es acusado, al menos como Nerón. ¿Cuál fue, pues, el crimen de Nerón? No otro sino que con su acción mostró que era ingrato, cruel y desobediente. Pero es cierto que nada de todo esto expresa alguna esencia y, por tanto, tampoco ha sido Dios causa de ello, aunque haya sido causa del acto y de la intención de Nerón.
Un crimen no expresa esencia alguna, ni siquiera la de Nerón. La acción de Nerón es reprochable y no la de Orestes sólo en ocasión de las relaciones que se han establecido. Toda acción es una virtud que se concibe en correspondencia a las relaciones que promueve, las acciones malas no se diferencian en su esencia de las buenas. La acción de por si conlleva una relación que va más allá del bien y del mal
Si una acción se manifiesta a través de la destrucción de su cuerpo o destruye la relación que define a otro cuerpo, sólo subraya la incompatibilidad de la relación entre dos cuerpos, pero nada expresa de una esencia. En la Naturaleza siempre hay relaciones que se descomponen mientras otras son compuestas. Es sólo en este orden, el de las potencias de obrar o pensar o en la capacidad de ser afectado, que radica el índice en el que concluye el tenor de la virtud.
Así responde finalmente a Blyenbergh: “...si con la naturaleza de alguien concordase mejor que se ahorcara, ¿podrían existir razones para que no se ahor­cara? Pero admitamos que es posible que exista tal naturaleza. En tal caso, afirmo (admita yo o no el libre albedrío), que si alguien ve que puede vivir más cómodamente en la horca que sentado a su mesa, obraría muy neciamente si no se ahorcase. Y aquel que viese claramente que podría gozar realmente de una vida o de una esencia mejor y más perfecta perpetrando crímenes que siguiendo la virtud, también éste sería necio si no lo hiciese. Pues, respecto a una naturaleza humana tan pervertida, los crímenes serían virtudes.”
En tal perversión de la naturaleza humana, la aproximación a Sade a la que hace referencia Klossowski, parecería pertinente.
Pero Spinoza reserva un solo nombre para lo malo: la tristeza. “Llamamos lo malo lo que es causa tristeza, es decir, lo que disminuye nuestra potencia de obrar”. (Ética. Dem. Prop.XXX., Part .4)
Desde el centro de las afecciones (affectus ), ya sean acciones o pasiones, la cobardía, el odio, la cólera, la melancolía, la burla, el temor, la desesperación, la indignación, la envidia, la humildad, el arrepentimiento, la vergüenza, el pesar, etc., son otros nombres de las pasiones tristes.
Si la tristeza es el nombre del mal, la alegría de Spinoza se acerca a la embriaguez. Spinoza un hombre embriagado por su idea de Dios. Pero he aquí que eso que Spinoza va a llamar Dios, en el libro primero de la "Ética", va a ser la cosa más extraña. Por eso su audacia radica, no en atreverse a la búsqueda de su encuentro, sino irónicamente, quizás, en su propio engendramiento.

Bibliografía
Spinoza, B., Ética, 1982, Editorial Aguilar, Buenos Aires.
Spinoza, Tratado teológico político.
Fischer, K. Vida de Spinoza, Universidad Autónoma Metropolitana.
Spinoza, B. Correspondencia, Alianza Editorial.
Deleuze, G. Spinoza, Filosofía Práctica. Tusquet Editores, Barcelona.
Deleuze G. Spinoza y el problema de la expresión.
Negri A. La anomalía salvaje.
Negri A. Spinoza subversivo.
Bodei, R. La geometría de las pasiones.

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