lunes, 19 de mayo de 2008

Las ciencias y las conciencias en medicina

Dr. Rolando C. Hereñú

Los adelantos científicos publicados en las últimas décadas, en las más diferentes áreas, son realmente impresionantes. Las diversas ciencias básicas que sirven de apoyo tanto a la tecnología médica como a la mejor comprensión de los fenómenos fisico-químicos que comandan la fisiología de los seres vivos, además de otros conocimientos referidos a la biología general y a sus múltiples aspectos especiales, como son los de la genética y los fenómenos biomoleculares, muestran avances en los "hechos" (lo fáctico), que sacuden a quienes, desde el punto de vista de su aplicación a los seres humanos, se preocupan por las pautas éticas. Las bases morales que sirven de sustento a un modo de actuar conforme a la conciencia, se ven sobrepasadas por el torrente de "logros" que surgen, por ejemplo, desde los laboratorios de experimentación reproductiva, como también de la manipulación de los genomas --tanto de animales como de seres humanos-- o la creación de nuevas fórmulas de drogas medicamentosas con acción molecular no exenta de riesgos a veces desconocidos, o con el manejo de la muerte en situaciones tildadas de "extremas". Estas circunstancias, con sus correlativas decisiones y acciones, que años atrás no cabía ni siquiera imaginar, son sólo algunas de las muchas que se dan en la época actual. Acerca de cada una de ellas se suele discutir con verdadera acritud. Y no de manera restringida a los ambientes profesionales superespecializados, como cabría suponer, por la razón de que las polémicas resultantes invaden también los medios de comunicación social masiva, con características que se hacen peligrosas si no se ajustan a la necesaria prudencia, o cuando se suple con una gran dosis de fantasía la falta de conocimientos específicos aunque sólo sean elementales.

El resonante episodio de la oveja Dolly, que expuso al comentario general la clonación de mamíferos superiores, si bien en verdad fue un gran éxito comunicado después de innumerables resultados calificables como monstruosos, ha reaparecido en las noticias una y otra vez recientemente. Porque se difundieron "productos" similares obtenidos con otras especies animales y porque surgieron grupos que pusieron bajo sospecha hasta la autenticidad de ciertos aspectos de lo que se hizo, en el caso de la célebre oveja de Escocia. Pero también porque la clonación humana, según se anunció tanto en los Estados Unidos como en Rusia, está ahora disponible, con todo listo para que sea llevada a cabo. Aunque esto último era claramente esperable, su sola enunciación estremece la sensibilidad colectiva, sin ninguna duda, a pesar de que todavía no aparezcan indicios de que, en efecto, se haya intentado en algún caso concreto.

El estudio del genoma humano, que sigue avanzando sin pausa en un ambicioso esfuerzo multicéntrico transnacional, va abriendo numerosas puertas para microintervenciones que prometen llegar a hacer gala de una audacia inusual. Las consecuencias de estas conductas en un futuro muy cercano pueden ser maravillosamente buenas de cara a ciertas patologías causadas por genes, pero también existirá siempre la posibilidad de errores y del surgimiento de problemas más que indeseados. Por otro lado la manipulación de genomas animales, inclusive incorporándoles partículas humanas para obtener ejemplares "transgénicos", destinados a trasplantes de órganos que serían bien tolerados por personas que los requieran como receptoras, es algo que está en pleno desarrollo dentro de la llamada "ingeniería genética".

Es muy conocida la historia trágica de la talidomida, una droga ntineoplásica que no tuvo mayor suceso inicial y que después se encontró útil para eutralizar estados nauseosos, tan comunes en embarazadas. Se recetó a ellas, sin saber que en un embrión humano podía causar las malformaciones que comenzaron a surgir. Pese a aquel antecedente infortunado, la industria farmacéutica continúa buscando --y es loable-- compuestos nuevos, o modificando otros antiguos, como aporte a la lucha contra las enfermedades, que por obvias razones sanitarias es bienvenido aunque también implique siempre algún peligro que quizás no alcance a ser detectado en los ensayos previos que son de rigor. Dicho sea de paso, la obtención de drogas novedosas y exitosamente comercializables mueve miles de millones en divisas fuertes y genera negocios de una magnitud inimaginable, que motoriza las investigaciones y estimula algunas imprudencias.

Finalmente, para ceñirnos nada más que a los ejemplos enunciados al comienzo de estas reflexiones, detengámonos aunque sea brevemente en las estrategias terapéuticas que se ponen en marcha ante alguien a quien se considera moribundo. El límite entre una situación irreversible y otra que con cierta razonabilidad puede llegar a ser recuperable, muchísimas veces es difícil de establecer. Lo hemos dicho en numerosas oportunidades, comentando este tema tan delicado. La interrupción definitiva de un plan de tratamiento activo, por considerarlo ya inútil, puede ser tomada como abandono de persona, situación que aparte de ser médicamente repudiable viene también a constituir una figura legalmente punible. Desde ciertos enfoques teóricos se idealiza la "muerte digna", que se supone pacífica y hasta dulce, un trance en que el protagonista sonríe, instalado en su propio domicilio, con sus comodidades habituales, junto a sus familiares más queridos, que lo rodean y lo miman hasta que llega el fin. Pero este cuadro casi idílico, en la mayoría de los casos no concuerda con la realidad. El sufriente enfermo terminal suele ser presa de dolores intolerables, de molestias inenarrables, de sensaciones de asfixia, ahogo, angustia, etc., que obligan a actuar en procura de alivio frente a tanta desventura. Y entonces hay una obligación muy fuerte de "paliar", de brindarle ayuda protectora, sin pretender obstinadamente evitar un final, cuando sea evidente que éste se ha convertido en inexorable. Empecinarse en rescatar lo que ha pasado a ser una utopía sin posibilidad alguna (el famoso "encarnizamiento terapéutico" del que tanto se habla), es un esfuerzo absurdo y, en ocasiones, agrega por su parte una cuota de crueldad innecesaria. Este tipo de situaciones límite, constituye ciertamente en muchos casos un dilema ético que es desgarrador para la conciencia del médico.Hay otro aspecto bien diferente que, en los tiempos que vivimos hoy, no podemos dejar de considerar. En todo examen retrospectivo de cualquier conducta atinente a la medicina, tanto sea que ella se haya desarrollado en laboratorios de experimentación como en el ejercicio clínico o quirúrgico, ha aparecido infiltrándose con creciente presentismo otra "conciencia" que ya no es la del propio médico, sea investigador o sea práctico asistencial, sino la de un experto en leyes, un abogado, un juez, una cámara, de los fueros civiles y penales, que evalúan la "responsabilidad médica" y la llamada "malapraxis", ese "infierno tan temido". Esto significa que tanto las ciencias médicas básicas como la aplicación de ellas, en cualquier actividad dentro del campo de la salud, resultan ser objeto de un severo examen crítico por parte de por lo menos dos, y a veces de varias otras conciencias más: la del profesional de la medicina actuante y las de los que revisan todo desde afuera. Se sostiene que el compromiso del médico frente a su paciente, consiste en brindarle todos los medios a su alcance para lograr los fines terapéuticos buscados. Que nada lo obliga a resultados. En la práctica diaria esto no está siendo así, y se exigen éxitos. Entre otros motivos, porque las nociones sobre la medicina se han ido "vulgarizando". Por cierta liviandad periodística en determinados casos, o por la exposición pública sin mesura de algunos colegas, mediante la prensa común, o en programas de radio o televisión, o en "conferencias científicas" fuera de sus ámbitos lógicos, en desembozada búsqueda de clientela. Hoy sucede que además se ha agregado el acopio de informaciones, muy serias algunas, pero otras absoluta e intencionadamente inexactas, que se almacenan y quedan accesibles en las redes de intercomunicación electrónica mundial por las que cualquiera "navega" y siembra o recoge datos que pueden complicar el buen juicio y la objetividad fundamentada.

El progreso y la globalización de hábitos y costumbres, traen sus problemas. Hay que tenerlos permanentemente presentes y adaptarse a las realidades en vigencia. Hoy no basta el principio de raigambre hipocrática, como ha sido y es el de la beneficencia , intrínseca de toda actividad médica ajustada a la ética. Se ha agregado el de la autonomía de juicio del paciente, ejerciendo sus derechos como persona, lo que es perfectamente válido si cuenta con información correcta, la comprende cabalmente y está en condiciones anímicas de tomar decisiones sobre su situación. También se sumó el requerimiento de justicia en el acceso a recursos diagnósticos y terapéuticos, lo que en verdad es responsabilidad más de la organización social que la de cada profesional de la salud en particular. La propia conciencia del médico, por lo demás, lo debe hacer actuar con vocación , con pericia (lo que supone conocimiento actualizado y destreza renovada), con diligencia y con prudencia . Pero en estos momentos necesita no olvidar las "conciencias ajenas", que lo obligan a llevar rigurosos registros y a coleccionar todos los consentimientos informados válidos que le resulten asequibles. Estos dos últimos requisitos incorporados a la medicina actual, son instrumentos documentales imprescindibles y de un valor fundamental para la burocracia de los estrados judiciales en caso de conflicto, y se puede afirmar que ambos (registro y consentimiento) configuran el "soporte legal" del pacto de voluntades que en última instancia es la relación entre el médico y su paciente. Quizás muchos de nuestros colegas todavía no han captado la necesidad imperiosa de darle a todo esto la importancia crucial que tiene en la realidad cotidiana. En defensa propia, nada más y nada menos que por eso, hay que incorporar estas normas cuando se lleva a cabo cualquier acto médico, por intrascendente que parezca.

La Sociedad de Ética en Medicina tiene por delante una ineludible y muy útil tarea de asesoramiento y docencia, para procurar que el prestigio de los médicos se mantenga en alto y que la pureza de sus procederes y la legalidad de sus decisiones no se contaminen por cometer descuidos o --lo que sería mucho peor-- por haber caído en los vicios del ultramaterialismo, el consumismo obsesivo, y la tan variada gama de modelos de corrupción que el mundo de fines del siglo XX está ofreciendo.


Resúmen
Se exponen ejemplos de dificultades éticas en ciencias básicas conexas con la medicina, y en el ejercicio "a conciencia" de la práctica profesional. Se reflexiona sobre principios y recaudos que frente a ello son aconsejables en la época actual.

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