miércoles, 11 de junio de 2008

Transplantes de órganos: Algunas consideraciones sobre transplantes.


Dr. Horacio A. Dolcini
Dr. en Medicina
Co-Director del Código de Ética de la Asociación Médica Argentina y la Sociedad de Ética en Medicina.

El desarrollo de este campo de la medicina, junto con la promulgación de la Ley de Donante Presunto, han abierto un debate en la sociedad que en ocasiones adopta formas que parecen olvidar ciertas cuestiones esenciales. Una de esas cuestiones, motivo de discusiones, es el conflicto que supuesta­mente existiría entre los derechos individuales y las responsabilidades so­ciales de las personas, así como los límites de ambas características. Por ese motivo hemos elegido considerar el tema INDIVIDUO/SER SOCIAL con cierto detalle, aunque esencialmente con funci6n recordatoria.

Cada individuo nace con una dote genética que al interaccionar con el medio ambiente (especialmente seres humanos y circunstancias), dan lugar a la for­mación y desarrollo de una PERSONALIDAD.
La educación cumple una función social proporcionando conocimientos y dando orientaci6n y desarrollo a los individuos jóvenes. Las formas en que se rea­liza la educación así como sus contenidos, dependen de los valores que sos­tiene la sociedad.

No existen sociedades ideales, aunque puedan identificarse una serie de ras­gos que llamaríamos "socialmente deseables" y entre ellos se encuentran:
a) Coincidencia en intereses comunes.
b) Interacc16n e intercambio grupal.
c) Igualdad de oportunidades para el mayor número de personas
posibles.

El equilibrio entre "lo personal y lo social"!es necesario para llegar a una sociedad democráticamente organizada, que, es más que una forma de gobier­no y constituye un modo de vivir, basado en la asociación institucional en torno a experiencias comunes y de un proceso de renovaci6n que surge de las propuestas de personas o grupos pertenecientes a asociaciones, empresas, instituciones científicas, políticas, culturales, etc. Las propuestas de cambios pueden ser para normas o procedimientos, aunque no para que operen como leyes generales, sino a fin que sean consideradas por la sociedad como conjunto, especialmente en forma integrada institucionalmente. Las necesidades que esas propuestas representan deben ser interpretadas a la luz de valores culturales (que son habitualmente componentes compartidos), que tendrán que ser revisadas, reconociendo que no es posible disponer de ellas, cada persona o grupo por si mismo.

Será necesario además, mantener vigentes las oportunidades de participar en un debate de compromiso equitativo, visto que la norma puede englobar a una parte importante de la sociedad porque su fundamentación es un asunto esencial y por ello debe ser necesariamente comunicativo.

En este proceso llegará un momento en que cada uno pueda pensar: ¿a que forma de acción queremos obligarnos como individuos?... Y seguirá pensando: ¿está justificada dicha norma?... ¿y puede ser buena para todos o muchos de nosotros? … Sin olvidar que los procedimientos que conducirían a la apro­bación de la norma, exigen respeto moralmente obligatorio por la autonom1a personal así como la exigencia de un acuerdo previo a su entrada en vigencia. De estos procedimientos debe surgir una voluntad amplia, compartida por una mayoría de los involucrados y ajena a toda cualidad imperativa, obligatoria ó punitiva, dado que el interés general se ha determinado intersubjetivamente y es cognoscitivamente entendible desde la perspectiva de los participantes. La norma no debería entrar en vigencia porque parece aceptada por todos, sino porque ha sido aceptada a través de un debate en que la considere como una acción encaminada al bien común, sobre la base de criterios valorativos mora­les.

Hay formas de organizar dicho debate sobre la base de criterios de equidad, justicia y sentido común para la búsqueda de la verdad, proceso en el cuál Para lograr el bien común y mantener el equilibrio INDIVIDUO/SOCIEDAD, hay que poder aceptar las demandas de la razón.

Si el ser humano no quiere ó no puede aceptarlas, su vida se vuelve incompren­sible, porque la preocupación por la verdad se encuentra profundamente arrai­gada en la esencia de lo humano.

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